Hace mucho tiempo, cuando yo era una niña pequeña, le dije a mi madre que quería poder volar, atravezar el viento con mi cuerpo, sentir la libertad de despegar mis pies del suelo y poder llegar hasta donde yo quisiera... A lo que ella triste, pero con un tono de voz dulce me dijo: -"¡Ay Bere!, se necesitan alas para volar"-
Y así fue como mis deseos de volar se desvanecieron en la azul inmensidad y me quedé pegada al suelo... Inmóvil como un árbol, echando raíces como un sauce y con mis hojas caídas como las lágrimas de las salicáceas.
El mundo giraba en torno a las deciociones que mis raíces me decían que debía de tomar y siempre envidié a aquiellas aves con largas alas que revoloteavan felizmente a mi alrededor y que descaradamente se posaban en mis ramas y se alimentaban de mis frutos.
Un día conocí a un gato, un Gato Azul, pero no era un gato como los demás ya que éste, además de poseer una inteligencia nata, poseía astucia, desición y determinación. El era tan ágiil y flexible tanto en cuerpo como en mente.
Ese gato llegó a mi, sin esperarlo y de la nada, se posaba en mis ramas y repegaba su estilizada figura a mi robusto tronco, ronrroneandole a mi alma y afilando mis sentidos. Sin darme cuenta me enamoré de él.
Un día mi amado Gato Azul se sentó a la sombra de mis ramas y a las faldas de mis raíces, justo hacia donde debería encontrarse mi rostro. Él era tan cálido y confortable que sentí paz en mi corazón de madera. Su ronrroneo era tan dulce que me hizo recordar momentos agradables de la infancia, en donde yo corría y sentía que volaba... sentía que volaba...
Mis ramas cayeron más de lo que habitualmente y el gato azul se dió cuenta de ello, se dio cuenta de que estaba llorando. A esto, se acercó a mi y con su nariz húmeda, delicadamente se encargó de retirar mis caídas ramas de mi rostro.
Y allí se quedó, acompañando mi dolor hasta que éste se apaciguara. Cuando por fin cesaron las lágrimas de mi alma el gato azul me preguntó el motivo de mi tristeza. Le conté mis deseos inútiles de volar y mi incesante deseo de libertad... a lo que cité la frase que mi madre me dijo para mantenerme en la tierra "Para volar se necesitan alas".
El Gato escuchó atentamente cada una de mis etéreas palabras y observó con esos penetrantes ojos verdes cada una de las grietas de mi lastimada alma; al final solo sonrió y me dijo: -"Te equivocas, para volar no necesitas alas..."-
No puedo imaginar como fue la expresión de mi rostro cuando el Gato me dijo esas palabras, solo sé que tuve sentimientos encontrados y sentí en mi cuerpo ortotrópico un viento helado que recorrió mi espalda y antes que pudiera yo decir alguna palabra el Gato me dijo: -"Puedes volar, quizás no como las aves, porque no posees alas, pero en tu imaginación puedes hacerlo y puedes llegar incluso más lejos que esas tontas aves. Vuela, sueña y aterriza tus deseos... convierte tus deseos en metas y cuando cumplas tus metas, alcances tus sueños y cumplas tus deseos encontrarás la misma sensación de el poder volar."-
Ese día todas mis hojas se secaron y cayeron, mis raíces fueron arrancadas y mi corteza se desvaneció con el viento...
Cerré mis ojos y abracé al Gato Azul... El era aún más cálido de como yo lo había sentido tras esa cáscara que me envolvía. Al abrir los ojos la luz lastimó mis ojos, no había notado que mis ramas tapaban esa hermosa luz y llenaban mi ser de sombras.
Había vuelto a nacer.
El gato azul me suzurró al oído -"vamos a volar juntos"- y me sumergí en un mundo de sueños infinitos y de metas...
El Gato Azul... Mi Gato Azul me enseñó a volar sin alas.